Con la soledad entre mis brazos
bailo un tango traicionero.
Mis propias manos me apuñalaron
una tarde de otoño.
Y hoy estoy aquí, perdonándome
por aquellos que no quisieron perdonar
castigándome por aquellos que me abandonaron
en un mar de risas burlescas,
aislándome de todo lo que me queda por destruir.
Clavé un cuchillo en mi rostro, clavé una espina en mis ojos
clavé estacas en mis entrañas y aun así no morí.
La infelicidad es inmortal, el castigo terrenal es eternno,
dulce y traicionero.
Bailo el tango de la soledad las tardes soleadas
con sabor a estio con el demonio, ese demonio que es mi propia sombra...
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